“Para vivir a plenitud lo espiritual se hace necesario vivir a plenitud lo humano. Así mismo, para alcanzar a manifestar la grandeza de lo humano se hace totalmente necesario vivir la experiencia de lo divino”.
Por lo general, pareciera que siempre que se hablara de la dimensión espiritual de lapersona,se estuviera refiriendo a algo estrictamente abstracto o a algo meramente ideal, razón por la cual se considera que aquel que reflexiona en la espiritualidad del hombre se está sumergiendo en un océano de “falsos positivos”, de lenguajes románticos, de pseudo-verdades e ideologías que lo único que pretenden es expresar, en lo divino, los deseos más profundos del hombre, como lo afirmaba Feuerbach.
Por otro lado, se encuentran los que pretenden afirmar solamente lo humano del hombre y se expone aquí todo lo contrario al caso anterior. Se cae entonces en un antropocentrismo absolutizado que busca establecer que la única realidad verdadera es la corporeidad. Se busca así la aniquilación de la unidad substancial del cuerpo y del alma, de la relación entre ser existencial y ser trascendental. Se busca arrancar del hombre una de sus dimensiones fundamentales y rellenar el vacío con un materialismo excesivo.
Sin embargo, la realidad es otra. El ser humano no puede dividirse; no puede existir una dicotomía entre su corporeidad y su espiritualidad. Es necesario que se mire de una manera unitiva, es decir, tener claro que ambas partes deben permanecer unidas si no se quiere desequilibrar la balanza.
Ante esto, no existe mayor prototipo o modelo que Jesucristo, el cual siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios sino que se humilló haciéndose un hombre cualquiera (Fil 2, 6-8). En Cristo se ve manifestada la unidad de lo divino, espiritual, y lo humano. Claro está que en Él se da de una manera perfecta mientras que en el hombre se manifiesta imperfectamente, puesto que Cristo las posee en plenitud y por ello decimos que es plenamente humano, plenamente divino.
Lo que se pretende mostrar es que el hombre debe verse bajo la óptica de Cristo si se quiere abarcar en su totalidad e integralidad, para que, de esta manera, se logre dar una interacción positiva entre ambas partes, lo cual generaría la expresión perfecta de su ser en la imperfección de la existencia.
A esto ha de agregársele lo que esencialmente debe permanecer como garante de la unidad: el amor. Solo este amor, que es expresión divina porque Dios es amor, logrará hacer que el hombre manifieste su humanidad, pues no existe nada más humanizante que el amor y ante esto volvemos a tener como referencia a Cristo, Nuestro Señor. El amor es el broche de la perfección, pues solo en él, el hombre es verdadero hombre y, a la vez, es verdadera muestra de su ser divino.